viernes, 12 de septiembre de 2008

VERACIDAD Y SOBERBIA

Ser veraz es un valor fundamental para toda persona, pero sobretodo para un educador. El decir la verdad, aunque nos sea incómoda a veces, debería ser una norma de vida, un deber para con los que nos rodean y esperan lo mejor de nosotros.
El diccionario de la RAE nos indica que veraz significa sincero, franco, que dice la verdad. La veracidad nos hace dignos de recibir la confianza de otros. Y como docentes recibimos la confianza de muchas personas: nuestros alumnos, quienes confían ciegamente en nosotros; los padres de familia, quienes ponen en nuestras manos a sus hijos; nuestros superiores, que confían en nuestra capacidad pedagógica para el renombre de la institución educativa; y de la comunidad en general, que confía en nuestra labor educativa como base para el progreso y el desarrollo social.
La veracidad implica tomar conciencia de nuestros aciertos y potencialidades pero, más importante aún, implica admitir nuestras falencias y limitaciones, tratar de superarlas y, en todo caso, reconocer ante los demás que somos seres imperfectos, humanos al fin y al cabo, en proceso de continuo aprendizaje.
Muchas veces faltamos a la verdad para quedar bien ante los que nos rodean, deseosos de aceptación o temerosos de perder el rango o el cariño de nuestros alumnos. Y esto genera una serie de problemas, tanto en nosotros, vendedores de falsedad, como en quienes nos rodean, consumidores de mentiras. Un círculo vicioso que luego es difícil de romper sin que alguna de las partes salga seriamente dañada.
Si tomamos conciencia de nuestras limitaciones, las asumimos como tales y como susceptibles de ser superadas, reforzaremos nuestra autoestima y podremos aumentar nuestra capacidad de empatía, comprendiendo mejor las limitaciones y errores de quienes nos rodean. De esta manera reforzaremos la relación profesor alumno, no estaremos pendientes de la aprobación de los demás sino, por el contrario, pondremos nuestro mayor esfuerzo en superarnos y en ayudar a superarse a los otros.
Cuanto uno más sabe, o más nivel cognoscitivo ha alcanzado, debería ser más humilde y conciente de sus limitaciones. Lamentablemente la soberbia y la prepotencia suelen apoderarse de estas personas, y su ego no les permite darse cuenta de ello.
Parte del enseñar a otros, de la labor docente a todo nivel, radica en aceptar que siempre se puede aprender de los demás, que no somos perfectos y que no lo sabemos todo. Y ello no nos hace menos que nadie. Por el contrario, la humildad es quizá, la mayor de las virtudes, y hoy en día escasea en los claustros académicos. Nuestros subordinados y discípulos deben aprender con el ejemplo. La vida es un continuo aprendizaje y siempre, por más alto que nos encontremos, existirá alguien mejor que nosotros.
Cuando estudiaba maestría en la UNMSM, teníamos como profesor a un ilustre doctor, que aprovechaba la menor ocasión para demostrarnos que lo sabía todo y, lo que es peor, para humillar a quien osaba preguntarle algo o profundizar en algún tema. Una noche se nos ocurrió una idea. Trabajaba en la fotocopia Clarita Quispe Contreras, una guapa muchacha casi adolescente aún, que llamaba la atención de profesores y alumnos. Así que, en plena clase, cuando el doctor hacía gala de su sabiduría respecto a la educación superior en el Perú, le preguntamos si tenía referencias sobre el libro “La universidad y la vida: cognición y metacognición”, escrito por la Dra. Clara Quispe Contreras, ilustre profesora emérita de nuestra querida casa de estudios y especialista en la materia. El doctor, con rostro de superioridad, nos afirmó que dicha obra era su libro de cabecera, a cuya lectura volvía siempre, y que la Dra. Quispe era su autora preferida, e incluso tenía un ejemplar autografiado por ella. Nosotros sólo nos miramos a la cara unos a otros, con sonrisas irónicas. Claro está que Clarita no había escrito libro alguno en su vida, y que recién acababa de culminar su educación secundaria.
¿De qué valen los títulos y grados si no somos capaces de admitir nuestra imperfecta naturaleza humana. No olvidemos nunca que la soberbia y la mentira no llevan a nada. La veracidad debe acompañarnos siempre pues es un deber que tenemos para con la labor social que nos es implícita: tomar conciencia de nuestros errores para corregirlos. Después de todo, amigos, tarde o temprano la verdad siempre sale a la luz.
JORGE DÍAZ VELÁSQUEZ

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